miércoles, 22 de febrero de 2012

La Casa Tomada

Recuerdo aquella primera lectura de Casa Tomada que nos recomendó Nieves Fernández, una profesora no numeraria del instituto de Bachillerato en el que estudié y el desaliento que me produjeron sus últimos renglones, - ¿Hace falta recordar a Cortazar?- donde los hermanos cierran la vivienda dejándola en poder de los intrusos.

Ayer me vino a la memoria con la misma intensidad y emoción de la primera vez. Estaba leyendo sobre los sucesos de Valencia cuando comprendí que regresaban los intrusos. No los mismos, claro está, pero clamando por el cumplimiento de la ley a toda costa y a cualquier precio con el mismo griterío. Es importante lo que dicen y el como pero mucho más por lo que se adivina en el conjunto de sus intervenciones públicas, sus gestos airados o circunspectos de personas de orden, sus barbaridades codiciosas pronunciadas sin compasión y exentas de generosidad. Todo anuncia el regreso de un mal recuerdo: la reducción  de nuestras libertades a un mero enunciado de frases vacías. Al aquel ‘Haga usted como yo. No se meta en política’. O lo que es lo mismo: Vuelven los intrusos.

Tal y como escribiera Cortazar de aquella casita de Chivilcoy y sus habitaciones. Los intrusos se están apoderando del discurso democrático para pervertirlo y transformarlo en un catálogo de normas legales orientadas a crear situaciones ejemplares que metan el temor en el cuerpo y nos lleven a la práctica obligada de las nuevas virtudes patrias: la mesura, el sentido común y la docilidad de grado o por fuerza.

La metodología de la coacción y la fuerza no es nueva pero ahora se corrige y aumenta con la legitimidad de lo que llaman la voluntad de los ciudadanos. También, argumentan su brutalidad con lenguajes antiguos: Los muchachos no son adolescentes sino radicales deseosos de incendiar la calle; infiltrados violentos, trabajadores iletrados que maman de las arcas públicas y ciudadanos despojados de su condición e incorporados a la categoría de enemigo interior en el más puro sentido castrense.

Se están adueñando de una casa construida con muchísimos esfuerzos y renuncias para convertirla en propia, habitación por habitación. Claro que podemos tirar las llaves y dejarles la casa entera pero, también, podemos elegir conservarla para todos, ejerciendo las libertades individuales y colectivas siempre y en cada momento. Cuanto más persistamos en ellas, cuanto más digamos que no, menos riesgo correremos de quedarnos un día sin un rincón donde amar, vivir o envejecer. Esta vez sí, con mesura, con sentido común, con libertad. No debiéramos esperar a escuchar un susurro siniestro detrás de la puerta de la última habitación.

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