jueves, 16 de febrero de 2012

¡A callar!

Dña. Pilar tiene la receta a punto. “Mientras tanto, a callar” . No hablar. Silencio. No nombrar la bicha, no mentar la soga ni en la casa del ahorcado ni fuera de ella. Por extensión, no opinar, no pensar, no apellidar las conductas. Mejor aún: no saber. Lo que se no apellida, lo que no se sabe, no existe y hace innecesaria la carrera despavorida  por las calles de Washington. 

Es su derecho. La Infanta puede recomendar conductas y deslegitimar libertades públicas. Puede  mandar callar o hacer que impere el silencio, aún cuando ese mandato imperativo tiene una resonancia gutural inapropiada y acusadora en los periódicos, como de regüeldo maleducado. Dicho esto, tampoco cabe darle mayor importancia. Cada uno es dueño de sus palabras,  de hacer de su capa un sayo o  de mandar a paseo a la tal Infanta.

En ese revoleo verbal, en esa vuelta a la moda  isabelina de las madroñeras y corpiños, Dña. Pilar no está sola ni en la forma ni en el fondo. Elena Valenciano silencia, también, a propios y extraños con su “Hoy toca ser de Rubalcaba” o nuestra ‘Asistente de cabecera para los Corpus’, Dolores de  Cospedal, vestida de manola eclesiástica, también nos llama a filas para agruparnos, ‘montañas nevadas, banderas al viento’ tras la estela de Mariano Rajoy. Toca ser de unos o de otros. Toca callar y no pensar. Toca  pensar pero no decirlo.

Tenía razón Oliver Stone pero a estas alturas no hace falta ni reconocerlo. Si la inocencia es la primera baja en una guerra, la pluralidad y la libertad de expresión son las segundas victimas de las crisis económicas. Los primeros somos los de siempre, los del pelotón de los torpes, la masa de infantería, la carne de cañón. Todos y cada uno de los ciudadanos. ¡Ah! y de las ciudadanas. Estas las que más y por partida doble.

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