El cierre de Unilever Aranjuez llega a este punto después de realizar, como suelen equivocarse los políticos, un giro de 360 grados. En el mismo lugar, en la misma disyuntiva sin solución en la que lo ha metido la Alcaldesa solita y sin ayuda.
Aquí si que no hay tío que nos pase el río ni herencias pasadas, aunque lo fuesen a título de inventario. Confiada en sus dotes de líder, sabedora de ser un hacha de la mediación , se nos ha plantado en el camino de lo que creía solución final, con dos ovarios y las banderas al viento y no ha resultado ser otra cosa que la puerta de salida de los trabajadores y el cierre de la factoría con el verano encima y el tiempo actuando como gran liquidador.
Tanta majeza, tanto dispendio de talante negociador del que ha hecho gala para nada. Debe sentirse tremendamente frustrada al encontrarse, frente por frente, con el egoísmo de la multinacional. Algo que ella cree categoría moral e irremediable, cuando solo es ley de economía pura: la búsqueda del máximo beneficio con el mínimo costo. Nada nuevo que no ilustrara Dickens aunque lo desconociera la Alcaldesa.
El camino del desempleo está empedrado con frases dramáticas, de un optimismo inmotivado e insufrible. La del egoísmo es una de ellas. Otra sus exigencias de flexibilidad a la empresa. Ambas carentes de contenido aunque no menos irrelevantes que su última y elocuente frase, recogida por su comunicador de cabecera: “No va a desaprovechar, dice, ni una oportunidad de denunciar el desprecio por el empleo de esta empresa, que reconoce que tiene margen de beneficio, si se confirma que no cambia de postura”. Frase dura y tajante donde las haya y que, sin duda, convencerá a Unilever para volver atrás en sus pretensiones iniciales.
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